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Relato corto: Lubián


Aquí os dejo el primero de una serie de cuentos. Espero vuestros comentarios, que os guste.

Lubián

Las lágrimas corrían por las mejillas de la madre de Lubián. Su padre ni siquiera había querido despedirse de él. Lo entendía. El viejo se negaba aceptar que su hijo partiera en busca de su sueño. Guárdate de tus fantasías Lubián, o te perderán, le advirtió su madre con el conocimiento que daba la experiencia.

El conocía las leyendas de sus antepasados. Sabía que muchos jóvenes dejaron atrás a sus familias, a sus tribus por una quimera inalcanzable. Nunca habían regresado. Sin embargo, Lubián confiaba en su inteligencia, en su fuerza para triunfar donde sus antecesores habían fracasado.

Fue recorriendo un sendero que bajaba desde la montaña hasta el valle próximo, era un camino que había sido horadado por el paso de su tribu durante siglos.

Entonces vio la enorme y encorvada figura de Uncas, el chamán. El gris, como se le conocía en la tribu, había guiado a los suyos desde antes que naciera su abuelo. El gris era el más longevo que habían conocido nunca, según el consejo de ancianos. Uncas había estudiado la posición de las estrellas y lideraba a su pueblo cuando emigraban a nuevas tierras.

—Lubián, joven y alocado Lubián… —susurró, sin moverse un ápice, sentado, aguardando que el joven se le acercara.

—Maestro, ¿qué hacéis aquí? —preguntó.

—Intentar convencerte de que desistas de tu búsqueda.

—Lo siento, maestro, pero estoy decidido a continuar.

—¡Empecinado muchacho! ¿No te das cuenta que más allá de lo que crees no hay nada? ¿No te das cuenta de tu imprudencia? —continuó sin elevar una octava la voz—. ¿Qué te hace pensar que tú lograras la victoria?

—Mi convencimiento es fuerte, maestro, debo seguirlo. ¿No fue eso lo que me enseñasteis?

—¡Vaya! Entonces mis lecciones no fueron espurias si las utilizas para quitarme la razón. No puedo forzarte a regresar, eres fuerte, valiente, lo suficiente como para cuidar de ti mismo. Pero yerras desde el principio en tu aventura sin haberla comenzado.

—Gracias por vuestros sabios consejos, maestro. Tengo que partir.

—Marcha pues, sin mi bendición, hijo.

Lubián superó al venerable gris y reanudó su descenso. A su espalda escuchó el quejido susurrante de Uncas:

—Hubieras sido un excelente guía para tu pueblo…

La hojarasca seca crujió ante su paso. El joven corría, sin parar, el cansancio no minaba su fuerza, no sentía las agudas espinas con las que tropezaba, el dolor era soportable. El resultado bien valdría el sacrificio. Ella.

No pares, Lubián, corre, se dijo. No cejó en su empeño. Subió montañas y descendió a los valles. Trepó riscos de afiladas rocas y atravesó arroyos de heladas aguas. Buscaba su ilusión, mas no aparecía. El tesoro de su alegría no se revelaba.

Exhausto, se frenó, no aguantaba más. Decidió procurarse comida. En aquel monte de bosque bajo habría abundancia de liebres, aunque no eran su bocado favorito, mejor aquello que nada. Pronto encontró varias hendiduras en la tierra que sin duda eran huras de toda una familia de roedores. Sólo tenía que aguardar. El frescor de la hierba le reconfortó y le relajó, tanto, que casi se quedó dormido. Reaccionó cuando se topó de frente con el asustado hocico de una liebre de piel parda y grandes orejas.

La pobre liebre finalizó sus días de correrías y brincos en el estómago de Lubián. Con la tripa repleta, se tendió a dormir aliviado por el descanso, con el suave brillo de las estrellas y la infinita oscuridad de la noche.

Una especie de calor, un fulgor chocó contra sus párpados, obligando a sus ambarinos ojos a abrirse. Era ella. Sí, su amada que venía a cuidar de Lubián, para que tuviera los mejores sueños. Su amante de ovalado rostro, de pálida piel y deslumbrante mirada. Su dama, la más bella, la princesa de las leyendas, la más dulce que nadie pudiera soñar. Le mecía con su arrullo cariñoso, le llenaba con su resplandor que se le reflejaba en los ojos.

La dama le susurraba al oído palabras de amor, le alentaba a encontrarla, a unirse a ella, a viajar hasta los confines del mundo para atraparla. Con su cariño le infundía a Lubián el valor necesario para que dejara atrás cuanto antes su tierra, a los seres que quería, a su pueblo, a sus familiares, a sus amigos, a su maestro…

Justo en el instante que más disfrutaba de las atenciones, de las caricias, de los mimos de su dama, se fue, se esfumó. No volvió a mostrarse. Había abandonado a Lubián sin despedirse. Ni tan siquiera un escueto adiós o un prometedor hasta luego.

Amanecía. Sin rastro de su pretendida. Las lágrimas de Lubián se vertieron hasta las entrañas del monte. Dejó a su espalda aquellas colinas y continuó la búsqueda de su amada. Las gotas saladas que habían saciado la sed de la seca tierra, se transformaron en semillas transparentes, de las que brotaron acacias, frágiles como el cristal, que a su vez dieron diamantes con forma de lágrima como frutos.

La lluvia azotaba, oblicua y agresiva, árboles, rocas y a cualquier criatura que se atreviese a encararse con ella. Las gotas empapaban a Lubián hasta los huesos. Alzó la vista. Oscuros nubarrones empedraban el cielo, resonando los truenos, como una pelea de titanes. Si no hallaba un lugar en el que ponerse a cubierto, enfermaría. Sucio de barro, soñoliento y avanzando apático, descubrió, más por azar que por instinto, un agujero entre las rocas. Se internó en él y comprobó que era apropiado para guarecerse de la tormenta.

—¿También buscas cobijo? —inquirió una voz gutural. Enseguida observó una pareja de brillantes ojos que surgieron de las profundidades de la oquedad—. Tranquilo. No te asustes. No hay nada que temer —salió desde la penumbra y una forma se dibujó—. Mi nombre es Oona.

Lubián vaciló un momento, pero el extraño irradiaba un halo de confianza y familiaridad. Dio un paso al frente.

—Yo soy Lubián.

—Ese nombre no se escucha mucho por estos parajes.

—No pertenezco a estas tierras. Provengo de las frías montañas, de la tribu conducida por Uncas el gris.

—¿Uncas? Conozco ese nombre.

—¿Hasta los valles llega la sabiduría de mi maestro? —preguntó sorprendido.

—Sí, su fama se extiende más allá del gran río. Muchacho, has gozado de un gran privilegio creciendo bajo el amparo del gran gris.

—Es cierto. Uncas siempre ha guiado con tino a los nuestros. Sus consejos se han mostrado acertados.

Lubián comprobó que Oona no era peligroso, entablaron rápido amistad y en la negrura canturrearon juntos antiguas historias de cada una de sus tribus, hasta que cerraron los ojos, vencidos por el agotamiento de una dura jornada.

A la mañana siguiente Oona no se encontraba en la cueva. Los rayos del sol terminaron de desperezarlo. Salió de la gruta, el suelo aún húmedo, pero no había nubes en el firmamento.

Lubián reemprendió su aventura, sin cesar de caminar, pateando por la suave espesura, que se aplastaba con un cálido murmullo bajo su peso.

El bosque se abrió delante de él en un torrente de cristalina agua. Discurría revoltosa, quebrándose en caprichosos giros. Bebió agua, el transparente líquido le renovó, expulsó al exterior su inquietud y su miedo, infundiéndole una nueva chispa. El bienestar que recorrió su fatigado cuerpo le animó a sumergirse en la corriente. El fluido le cubrió por completo y el helador frío de la montaña le despejó, endureció sus músculos y agilizó su mente.

La senda se tornaba franca, sin obstáculos. Agradeció para sí el beneplácito de la madre tierra con una de las oraciones que le había enseñado su maestro.

La noche se le echó encima, portando buenas nuevas, ya que su dama le observaba desde las alturas. Lubián ascendió a una colina con el fin de verla mejor. Acércate, le pedía. Lubián le declaró su amor, le cantó alabanzas e hizo promesas de enamorado.

Una aguda punzada le atravesó el corazón, postrándole para siempre. Había sido engañado, traicionado. Las leyendas eran ciertas. Su maestro y su madre tenían razón.

—Buen disparo. ¡Le has dado a la primera! —felicitó un hombre a su compañero, estaba pertrechado con ropas de abrigo oscuras y portaba un rifle en la mano.

—Sí, un tiro fácil. Dicen que enloquecen con la luna llena, por eso le aullan —afirmó el otro cazador, el arma aún humeaba.

—¡Mira allí! —señaló—. ¡Otro lobo!

—¡Un lobo gris! —se echó el fusil a la cara—. ¿ Cuánto nos pagarían por una piel como esa?

—¡Eh! No quiero problemas con los forestales. Teníamos permiso para abatir un lobo por lo que le hicieron al ganado. Nada más.

—De acuerdo, vamos a recoger nuestra pieza entonces.

Cuenta la leyenda que la sangre vertida del enamorado se transformó en piedra, de las piedras surgieron gemas, que fueron encontradas y talladas por hombres para ornar los cuerpos de sus mujeres. Los amantes se juran amor eterno en aquel lugar del bosque, que desde entonces es conocido como la Peña de Lubián.

© Alejandro Guardiola 2007



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Buen relato Alejandro, no me esperaba ese final.
Alex ha dicho que…
Bueno, va encaminado, voy dando pistas desde el mismo título. Me alegra que te gustara.

ya colgaré más.

Un saludo y gracias por tu comentario José Luis.
Anónimo ha dicho que…
JODER QUÉ PEDAZO DE FINAL

Según iba leyendo, pensaba: "hum, es un poco tópico". "No sé yo, no me aporta mucho". "Fantasía épica, hechiceros, jóvenes que deben partir". "No me convence que se use el voseo, me suena a viejo". "La conversación es demasiado larga para ser un relato breve".

Y de pronto, el tiro.

Mi más sincera enhorabuena, Alejandro.
Anónimo ha dicho que…
Ahora bien, una sugerencia (que no soy quién para hacerla, pero es que a mí me encanta que me critiquen mis textos y doy por sentado que a los demás también). Yo creo que cortaría el último párrafo. El "cuenta la leyenda". Creo que el final impresionante del texto, el vuelco que te da de un género a otro, se rompe un pelo al regresar a lo fantástico. Pero vamos, mi opinión es tan válida como la del lechero :)
Alex ha dicho que…
Gracias por molestarte en leerlo y me alegro de que te gustara. Como bien dices, quizás el párrafo final resulte un poco forzado. Lo tendré en cuenta para una futura revisión.

Cualquiera de las opiniones que se viertan aquí son tan válidas como cualquier otra y me interesan mucho.

Un saludo y gracias por pasarte y comentar mi cuento.

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