Hola, a Manuel Burón, el capo del e-zine Aurora Bitzine le ha caído en gracia mi cuento La Cabeza de la Señora Lucinia, así que ni corto ni perezoso lo ha publicado en el número de Aurora Bitzine de este mes.
El cuento es una historia de terror, con grandes dosis de humor, que espero os guste. Allá va el principio:
Un espeluznante caso acaecido en la España profunda, que hubiera sido portada en todas las publicaciones de sucesos, en caso de haber sido real… ¿o acaso lo fue?
La Cabeza de la Señora Lucinia
El día del funeral de la señora Lucinia, Don Casimiro, el dueño de las pompas fúnebres, se dio cuenta que había hecho el ataúd que le habían encargado dos palmos más corto. Maldito chaval, no lo volvería a mandar a coger las medidas, pensó.
Lo peor en aquellos casos era la familia. No había tiempo para fabricar una nueva caja, por tanto, la solución debía ser drástica, los allegados tendrían que decidir de qué parte se prescindía.
Se presentaron la hija mayor de la finada y su marido, el yerno. Don Casimiro, les explicó el problema y la forma en la que había que actuar.
—Córtele usted la cabeza ya de una vez. ¡Coño, la guerra que da esta mujer!
—¡Manolo! ¡Qué es mi madre!
—Hágame caso a mí —replicó el yerno de la señora Lucinia.
Al final, el funerario, tomó las herramientas y cercenó el menudo cuerpo de la abuela, que habría cumplido ochenta y seis castañas aquel invierno, a ras de cuello.
Se celebró el funeral, que resultó muy emotivo, en la iglesia del pueblo, por la que la señora Lucinia no pisaba porque había renegado de la religión desde que su Severiano pasase a mejor vida, dieciocho años atrás. Se recordó lo buena que era y cuánto quería hasta al más pequeño de los bichos, pues no permitía que se matasen en su presencia moscas, mosquitos, pulgas ni arañas.
Como la buena señora había sido embalsamada, a Maruja, la hija menor, le dio cosa dejar la cabeza de su madre en aquella caja de madera tan fea que sepultaron en la tierra para que fuese pasto de los gusanos; así que, envolvió la testa de la señora Lucinia entre sus ropas y, cuando regresaron a la casa familiar, la depositó en el que había sido su sillón favorito. Catalina, se asustó un poco en cuanto la vio, sin embargo, consideró que se trataba de una muestra de respeto de su hermana, luego, allí la dejó. Manolo, en cambio, protestó, discutió y se quejó, mas de nada le sirvió. Las señoras de la casa habían dicho que la cabeza de la anciana se quedaba con ellos y chitón a eso. Al desesperado yerno le tocó tragar, al fin y al cabo, vivía de prestado, que el hogar era propiedad de las dos hermanas ahora.
Lo peor en aquellos casos era la familia. No había tiempo para fabricar una nueva caja, por tanto, la solución debía ser drástica, los allegados tendrían que decidir de qué parte se prescindía.
Se presentaron la hija mayor de la finada y su marido, el yerno. Don Casimiro, les explicó el problema y la forma en la que había que actuar.
—Córtele usted la cabeza ya de una vez. ¡Coño, la guerra que da esta mujer!
—¡Manolo! ¡Qué es mi madre!
—Hágame caso a mí —replicó el yerno de la señora Lucinia.
Al final, el funerario, tomó las herramientas y cercenó el menudo cuerpo de la abuela, que habría cumplido ochenta y seis castañas aquel invierno, a ras de cuello.
Se celebró el funeral, que resultó muy emotivo, en la iglesia del pueblo, por la que la señora Lucinia no pisaba porque había renegado de la religión desde que su Severiano pasase a mejor vida, dieciocho años atrás. Se recordó lo buena que era y cuánto quería hasta al más pequeño de los bichos, pues no permitía que se matasen en su presencia moscas, mosquitos, pulgas ni arañas.
Como la buena señora había sido embalsamada, a Maruja, la hija menor, le dio cosa dejar la cabeza de su madre en aquella caja de madera tan fea que sepultaron en la tierra para que fuese pasto de los gusanos; así que, envolvió la testa de la señora Lucinia entre sus ropas y, cuando regresaron a la casa familiar, la depositó en el que había sido su sillón favorito. Catalina, se asustó un poco en cuanto la vio, sin embargo, consideró que se trataba de una muestra de respeto de su hermana, luego, allí la dejó. Manolo, en cambio, protestó, discutió y se quejó, mas de nada le sirvió. Las señoras de la casa habían dicho que la cabeza de la anciana se quedaba con ellos y chitón a eso. Al desesperado yerno le tocó tragar, al fin y al cabo, vivía de prestado, que el hogar era propiedad de las dos hermanas ahora.
Podeis leerlo entero y con fotografías a modo de ilustración que le vienen al pelo al cuento: Aurora Bitzine.
Que os guste.
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Un abrazo.